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 Semana Santa 2022

SÁBADO 9 de abril: Se realizará una misión de todas las parroquias del Decanato Norte a través de la Avenida Santa Fe (6 puestos de Libertad a Uriburu). La misión va a consistir en invitar y dar a conocer las distintas actividades y celebraciones de nuestra parroquia mediante folletos, estampas y ramos de olivo. Para todas las personas que quieran participar, nos encontraremos en Av. Santa Fe y Callao ("Tienda de Café") a las 9:30. La misión terminará a las 13:00.
DOMINGO DE RAMOS - 10 de Abril. En el comienzo de cada Misa, el sábado 9 de Abril (18:00 y 19:30) y el domingo 10 de Abril (9, 11, 12, 19, 20 y 21) se bendecirán los Ramos.
LUNES, MARTES Y MIÉRCOLES SANTO - 11, 12 y 13 de Abril. MISAS: se celebrarán a las 11:00 y 19:30 CONFESIONES: 10:00 a 11:30 y de 18:00 a 19:30
JUEVES SANTO - 14 de Abril - MISA DE LA CENA DEL SEÑOR. Se celebra en nuestra parroquia a las 19:30. Por favor traer el sobre del "GESTO SOLIDARIO CUARESMAL". Al terminar la Misa, HORA SANTA (Adoración al Santísimo Sacramento) hasta la medianoche. Habrá confesores disponibles desde las 17:30 a 00:00. VISITA A LAS 7 IGLESIAS: Comienza en nuestra parroquia a las 20:45, visitando las parroquias de: Ntra. Sra. del Carmen, San Nicolás de Bari, Ntra. Sra. de las Victorias, Madre Admirabilis, Ntra. Sra. del Socorro y Santísimo Sacramento. VIERNES SANTO - 15 de Abril. Se conmemora la muerte del Señor. Es día de ayuno y abstinencia. CONFESIONES: 10:00 a 12:00 y 15:00 a 17:00 CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR: a las 17:00
SÁBADO SANTO - 16 de Abril. CONFESIONES: 10:00 A 12:00 y de 17:30 a 20:30. SOLEMNE VIGILIA PASCUAL: a las 21:00.
DOMINGO DE PASCUA - 17 de Abril MISAS: 9:00, 11:00 Y 12:00 por la mañana;19:00, 20:00 y 21:00 por la tarde.


 Informamos el fallecimiento de Monseñor Guillermo Rodríguez Melgarejo, ocurrido en horas de la noche.

Mons. Melgarejo fue Párroco del Patrocinio de San José entre 1991 a 1994.
La misa de hoy a las 19:00 será en su memoria y la misa del sábado 9 a las 19:30 será una misa especial por él de toda la comunidad.

 


HORARIOS DE MISAS 

Lunes a Jueves: 11:00
Viernes: 11:00 19:30
Sábados11:00, 18:00  y 19.30
Domingos10:00, 11:00, 12:00, 19:00 y 20.00
En las misas habrá un sacerdote confesando.
(Intenciones de Misa: Únicamente, en Secretaría: Lun a Vie: 10 a 12. Y 16.30 a 20 horas; sólo intenciones comunitarias, no celebramos Misas por una sola intención, gracias).

Francisco propone un “plan para resucitar” ante la emergencia sanitaria


En su edición de este 17 de abril de 2020, la revista española Vida Nueva ofrece una meditación de puño y letra del Santo Padre, un aliento de esperanza que nace de la alegría pascual y que anima la vida en tiempos de COVID-19.
Presentamos a continuación el texto íntegro de la meditación escrita por el Santo Padre Francisco, publicada por la Revista Vida Nueva en su edición de hoy.
Un plan para resucitar
Francisco
“De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: ‘Alégrense’” (Mt 28, 9). Es la primera palabra del Resucitado después de que María Magdalena y la otra María descubrieran el sepulcro vacío y se toparan con el ángel. El Señor sale a su encuentro para transformar su duelo en alegría y consolarlas en medio de la aflicción (cfr. Jr 31, 13). Es el Resucitado que quiere resucitar a una vida nueva a las mujeres y, con ellas, a la humanidad entera. Quiere hacernos empezar ya a participar de la condición de resucitados que nos espera.
Invitar a la alegría pudiera parecer una provocación, e incluso, una broma de mal gusto ante las graves consecuencias que estamos sufriendo por el COVID-19. No son pocos los que podrían pensarlo, al igual que los discípulos de Emaús, como un gesto de ignorancia o de irresponsabilidad (cfr. Lc 24, 17-19). Como las primeras discípulas que iban al sepulcro, vivimos rodeados por una atmósfera de dolor e incertidumbre que nos hace preguntarnos: “¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro?” (Mc 16, 3). ¿Cómo haremos para llevar adelante esta situación que nos sobrepasó completamente? El impacto de todo lo que sucede, las graves consecuencias que ya se reportan y vislumbran, el dolor y el luto por nuestros seres queridos nos desorientan, acongojan y paralizan. Es la pesantez de la piedra del sepulcro que se impone ante el futuro y que amenaza, con su realismo, sepultar toda esperanza. Es la pesantez de la angustia de personas vulnerables y ancianas que atraviesan la cuarentena en la más absoluta soledad, es la pesantez de las familias que no saben ya como arrimar un plato de comida a sus mesas, es la pesantez del personal sanitario y servidores públicos al sentirse exhaustos y desbordados… esa pesantez que parece tener la última palabra.
Sin embargo, resulta conmovedor destacar la actitud de las mujeres del Evangelio. Frente a las dudas, el sufrimiento, la perplejidad ante la situación e incluso el miedo a la persecución y a todo lo que les podría pasar, fueron capaces de ponerse en movimiento y no dejarse paralizar por lo que estaba aconteciendo. Por amor al Maestro, y con ese típico, insustituible y bendito genio femenino, fueron capaces de asumir la vida como venía, sortear astutamente los obstáculos para estar cerca de su Señor. A diferencia de muchos de los Apóstoles que huyeron presos del miedo y la inseguridad, que negaron al Señor y escaparon (cfr. Jn 18, 25-27), ellas, sin evadirse ni ignorar lo que sucedía, sin huir ni escapar…, supieron simplemente estar y acompañar. Como las primeras discípulas, que, en medio de la oscuridad y el desconsuelo, cargaron sus bolsas con perfumes y se pusieron en camino para ungir al Maestro sepultado (cfr. Mc 16, 1), nosotros pudimos, en este tiempo, ver a muchos que buscaron aportar la unción de la corresponsabilidad para cuidar y no poner en riesgo la vida de los demás. A diferencia de los que huyeron con la ilusión de salvarse a sí mismos, fuimos testigos de cómo vecinos y familiares se pusieron en marcha con esfuerzo y sacrificio para permanecer en sus casas y así frenar la difusión. Pudimos descubrir cómo muchas personas que ya vivían y tenían que sufrir la pandemia de la exclusión y la indiferencia siguieron esforzándose, acompañándose y sosteniéndose para que esta situación sea (o bien, fuese) menos dolorosa. Vimos la unción derramada por médicos, enfermeros y enfermeras, reponedores de góndolas, limpiadores, cuidadores, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas, abuelos y educadores y tantos otros que se animaron a entregar todo lo que poseían para aportar un poco de cura, de calma y alma a la situación. Y aunque la pregunta seguía siendo la misma: “¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro?” (Mc 16, 3), todos ellos no dejaron de hacer lo que sentían que podían y tenían que dar.
Y fue precisamente ahí, en medio de sus ocupaciones y preocupaciones, donde las discípulas fueron sorprendidas por un anuncio desbordante: “No está aquí, ha resucitado”. Su unción no era una unción para la muerte, sino para la vida. Su velar y acompañar al Señor, incluso en la muerte y en la mayor desesperanza, no era vana, sino que les permitió ser ungidas por la Resurrección: no estaban solas, Él estaba vivo y las precedía en su caminar. Solo una noticia desbordante era capaz de romper el círculo que les impedía ver que la piedra ya había sido corrida, y el perfume derramado tenía mayor capacidad de expansión que aquello que las amenazaba. Esta es la fuente de nuestra alegría y esperanza, que transforma nuestro accionar: nuestras unciones, entregas… nuestro velar y acompañar en todas las formas posibles en este tiempo, no son ni serán en vano; no son entregas para la muerte. Cada vez que tomamos parte de la Pasión del Señor, que acompañamos la pasión de nuestros hermanos, viviendo inclusive la propia pasión, nuestros oídos escucharán la novedad de la Resurrección: no estamos solos, el Señor nos precede en nuestro caminar removiendo las piedras que nos paralizan. Esta buena noticia hizo que esas mujeres volvieran sobre sus pasos a buscar a los Apóstoles y a los discípulos que permanecían escondidos para contarles: “La vida arrancada, destruida, aniquilada en la cruz ha despertado y vuelve a latir de nuevo” (1) . Esta es nuestra esperanza, la que no nos podrá ser robada, silenciada o contaminada. Toda la vida de servicio y amor que ustedes han entregado en este tiempo volverá a latir de nuevo. Basta con abrir una rendija para que la Unción que el Señor nos quiere regalar se expanda con una fuerza imparable y nos permita contemplar la realidad doliente con una mirada renovadora.
Y, como a las mujeres del Evangelio, también a nosotros se nos invita una y otra vez a volver sobre nuestros pasos y dejarnos transformar por este anuncio: el Señor, con su novedad, puede siempre renovar nuestra vida y la de nuestra comunidad (cfr. Evangelii gaudium, 11). En esta tierra desolada, el Señor se empeña en regenerar la belleza y hacer renacer la esperanza: “Mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan?” (Is 43, 18b). Dios jamás abandona a su pueblo, está siempre junto a él, especialmente cuando el dolor se hace más presente.
Si algo hemos podido aprender en todo este tiempo, es que nadie se salva solo. Las fronteras caen, los muros se derrumban y todo los discursos integristas se disuelven ante una presencia casi imperceptible que manifiesta la fragilidad de la que estamos hechos. La Pascua nos convoca e invita a hacer memoria de esa otra presencia discreta y respetuosa, generosa y reconciliadora capaz de no romper la caña quebrada ni apagar la mecha que arde débilmente (cfr. Is 42, 2-3) para hacer latir la vida nueva que nos quiere regalar a todos. Es el soplo del Espíritu que abre horizontes, despierta la creatividad y nos renueva en fraternidad para decir presente (o bien, aquí estoy) ante la enorme e impostergable tarea que nos espera. Urge discernir y encontrar el pulso del Espíritu para impulsar junto a otros las dinámicas que puedan testimoniar y canalizar la vida nueva que el Señor quiere generar en este momento concreto de la historia. Este es el tiempo favorable del Señor, que nos pide no conformarnos ni contentarnos y menos justificarnos con lógicas sustitutivas o paliativas que impiden asumir el impacto y las graves consecuencias de lo que estamos viviendo. Este es el tiempo propicio de animarnos a una nueva imaginación de lo posible con el realismo que solo el Evangelio nos puede proporcionar. El Espíritu, que no se deja encerrar ni instrumentalizar con esquemas, modalidades o estructuras fijas o caducas, nos propone sumarnos a su movimiento capaz de “hacer nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5).
En este tiempo nos hemos dado cuenta de la importancia de “unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral” (2). Cada acción individual no es una acción aislada, para bien o para mal, tiene consecuencias para los demás, porque todo está conectado en nuestra Casa común; y si las autoridades sanitarias ordenan el confinamiento en los hogares, es el pueblo quien lo hace posible, consciente de su corresponsabilidad para frenar la pandemia. “Una emergencia como la del COVID-19 es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad” (3). Lección que romperá todo el fatalismo en el que nos habíamos inmerso y permitirá volver a sentirnos artífices y protagonistas de una historia común y, así, responder mancomunadamente a tantos males que aquejan a millones de hermanos alrededor del mundo. No podemos permitirnos escribir la historia presente y futura de espaldas al sufrimiento de tantos. Es el Señor quien nos volverá a preguntar “¿dónde está tu hermano?” (Gn, 4, 9) y, en nuestra capacidad de respuesta, ojalá se revele el alma de nuestros pueblos, ese reservorio de esperanza, fe y caridad en la que fuimos engendrados y que, por tanto tiempo, hemos anestesiado o silenciado.
Si actuamos como un solo pueblo, incluso ante las otras epidemias que nos acechan, podemos lograr un impacto real. ¿Seremos capaces de actuar responsablemente frente al hambre que padecen tantos, sabiendo que hay alimentos para todos? ¿Seguiremos mirando para otro lado con un silencio cómplice ante esas guerras alimentadas por deseos de dominio y de poder? ¿Estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza, promoviendo y animándonos a llevar una vida más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos? ¿Adoptaremos como comunidad internacional las medidas necesarias para frenar la devastación del medio ambiente o seguiremos negando la evidencia? La globalización de la indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar… Ojalá nos encuentre con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. No tengamos miedo a vivir la alternativa de la civilización del amor, que es “una civilización de la esperanza: contra la angustia y el miedo, la tristeza y el desaliento, la pasividad y el cansancio. La civilización del amor se construye cotidianamente, ininterrumpidamente. Supone el esfuerzo comprometido de todos. Supone, por eso, una comprometida comunidad de hermanos” (4).
En este tiempo de tribulación y luto, es mi deseo que, allí donde estés, puedas hacer la experiencia de Jesús, que sale a tu encuentro, te saluda y te dice: “Alégrate” (Mt 28, 9). Y que sea ese saludo el que nos movilice a convocar y amplificar la buena nueva del Reino de Dios.
NOTAS
1. R. Guardini, El Señor, 504.
2. Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 13.
3. Pontificia Academia para la Vida. Pandemia y fraternidad universal. Nota sobre la emergencia COVID-19 (30 marzo 2020), p. 4.
4. Eduardo Pironio, Diálogo con laicos, Buenos Aires, 1986.

Esto también pasará...



"Saldremos con el pelo más largo y más blanco. Con manos y casas limpias, y ropa vieja.

Con miedo y ganas de estar afuera. Con miedo y ganas de conocer a alguien. 
Saldremos con bolsillos vacíos y despensas llenas. 
Podremos hacer pan y pizza, y no desperdiciar los restos de comida. 
Recordaremos que un médico o una enfermera deben ser aplaudidos más que un futbolista, y que el trabajo de un buen maestro no se puede reemplazar con una pantalla. 
Que coser máscaras es más importante a veces que hacer alta costura. 
Que la tecnología es muy importante, de hecho vital, cuando se usa bien, pero puede ser perjudicial si alguien quiere usarla para sus propios fines. 
Que no siempre es esencial subir al auto y escapar quién sabe dónde. 
Saldremos más solos, pero con el deseo de estar juntos y  entenderemos que la vida es hermosa porque vivimos, que somos gotas de un solo mar.  
Que solo juntos salimos de ciertas situaciones.  Que a veces lo bueno o lo malo proviene de quienes menos lo esperan. Nos miraremos en el espejo, decidiremos que tal vez el cabello blanco no sea tan malo, que nos gusta la vida familiar  y amasar pan nos hace sentir importantes. 
Aprenderemos a escuchar nuestras respiraciones, toses y mirarnos a los ojos para proteger a los que amamos y respetar algunas reglas básicas de convivencia. Quizás sea así."

CADA TORMENTA TIENE SU FIN ... ESTO TAMBIÉN PASARÁ!

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